dimecres, 27 d’octubre del 2010

Tantas tazas de café*


Llegamos a San Marcos sin saber adónde ibamos. Llegamos siendo unos perfectos desconocidos que desconocían absolutamente todo. Nos sorprendió una comunidad rural y sin luz ni teléfono. Pero nos sorprendió más la belleza verde del paisaje. Mientras subíamos por el camino de tierra que lleva hasta la última aldea, en dónde íbamos a vivir por un año.
Ahora me cuesta recordar cómo decidimos venir aquí, supongo que las ganas de salir un año a ayudar y a trabajar con el arte, en la montaña. Buscamos y encontramos un proyecto que nos pareció ideal para los dos.
Tal vez en ese momento dentro del carro que iba subiendo el camino de lodo pensaba en eso, pero creo que más bien andaba entre confundida, dormida, y expectante. De seguro también estaba asustada.

Para ser breve y decirlo de forma suave lo contaré así, la situación de Honduras durante todo este año ha sido difícil, básicamente se añaden a los problemas ya enquistados de hace años en este país, tales como corrupción y narcotraficantes, lo que fué el Golpe de Estado de Junio del año pasado y la crisi política que este acarreó, también la crisis económica nacional y mundial. La Empresa con la que debíamos colaborar se ha visto fuertemente afectada por esta situación, así que la colaboración se ha visto también reducida a cero.

Llegamos a la comunidad, dejamos los paquetes en la casa donde supuestamente ibamos a vivir. Nadie nos recibió ni nos presentó a nadie, ni nos contó nada. El principio fué bastante duro. Ni nos atreviamos a bañarnos en el río, qué estupidez, pero andabamos bien asustados, y te aseguro que no era por la falta de luz o de teléfono. Durante las primeras semanas vivimos con una familia, que se estaba mudando y que no nos tenían muy en cuenta porque ya se iban. Ibamos a comer a casa de Chepita y Alejandro, “caminad hasta la casa verde (aunque hay bastantes casa verdes, así que claro, nos equivocamos varias veces) y preguntad por Josefa, la doña de Alejandro”, nos dijeron el primer día. Al principio nuestra vida se basaba en caminar tres veces al día ida y vuelta la única calle que cruza la aldea, y saludar con grandes sonrisas que querían ser amables a todos cuanto nos cruzábamos. Hasta llegué a sentirme algo ridícula con tanto “bueeenas”, “hooolaaa”, “buenas tardeees”, pero supongo que queríamos caer simpáticos. Chepita nos ponía una mesa a parte, y nos servía la humilde comida con amabilidad pero en una fría distancia, y nosotros le pagabamos religiosamente sus servicios cada semana. Empezamos a hablar un poco con su hijo y su nuera, y los pequeños de la casa nos miraban con tanta curiosidad.

Un día fuimos a presentarnos a la escuela, conocimos a la directora, ella nos invitó a la reunión de Padres de Família en dónde tuvimos ocasión de presentarnos a las mamás, e invitarlas a hacer venir a sus hijos e hijas a los talleres que iban a empezar en unos días.
Empezamos a pasear a orillas del río, a bañarnos en él, a visitar alguna otra comunidad cercana. Así conocimos de casualidad al que sería nuestro colaborador principal, Faustino Reyes. A través suyo nos pusimos en contacto con un grupito de jóvenes, y también les invitamos a organizar unos talleres en dónde podrian pintar, dibujar... En las primeras sesiones la concurrencia fue abrumadora en todos los grupos. Hacíamos muchisimos juegos, y tratabamos de adivinar qué les interesaba, a niños y jóvenes. Teníamos más de cincuenta personas en cada grupo, y tres grupos. Todos tenían curiosidad de ver a los estranjeros. Pero evidentemente poco a poco se fueron retirando. Cuando encontramos un sitio para trabajar bien, abandonamos el campo de fútbol lleno de lodo y garrapatas y alquilamos el espacio del taller en nuestra propia casa, ya teníamos unos grupos más manejables con unas veinte personas.

Después de luchar durante una semana con la cocina de leña, conseguimos una estufita de gas y empezamos a cocinar en la casa, la família ya se había marchado y ahora vivíamos con las maestras de una comunidad vecina. Pero a la casa se acercaba siempre gente que no conocíamos a vernos, más que no a conocernos. A algunos les invitábamos a café y charlábamos. Pero en general la gente se quedába mirándonos hasta que se cansaba y se iba, y nosotros tampoco sabiamos exactamente qué decirles. Algunos osaban a preguntarnos, quiénes éramos, qué hacíamos, pero era muy confuso cuando tratábamos de explicarles lo del arte y lo del voluntariado. Además la empresa se estaba desmoronando, y ya no trabajaba más en el área, por lo tanto era muy difícil de entender que veníamos de parte de esta.
Muchos nos hablaron de un japonés que había vivido un tiempo en la aldea, todos se acordaban de él, provablemente el único estranjero que había vivido entre ellos por un periodo más o menos largo. Ahora estábamos nosotros, como dos marciano altos, blancos y flacos, y deambulabamos por la aldea con pinturas y niños.

Empezaron a contarnos las típicas anécdotas de muertos, de desastres, de huracanes y algunas leyendas. Algunas tardes empezamos a ir a tomar el café con Chepita y poco a poco nos empezaron a contar su historia y su vida. Con los meses nos ganamos su confianza y su intimidad. Unos y otros aprendimos a comunicarnos tomando café juntos en el pequeño corredor de su casa. Como en cualquier otra relación en cualquier otra parte del mundo, en San Marcos también se basa en la confianza.

Cuando caminábamos fuera de la aldea, siempre había algún hombre que nos paraba, tal vez pensando que andábamos perdidos y nos llevaba a su casa, ordenaba a su mujer preparar café y nos preguntaba sobre nuestro país y nuestra família, y nosotros igual. Tratando de descifrar la lengua, las bromas, las risas, los gestos... Esos dias hablamos mucho de la tierra, de los bosques, de las cosechas, de hacer tortillas, de cotilleos y rumores, de cocina y de qué animales son buenos para comer.


Empecé a escribir esto cuando nos pidieron de contar sobre cómo nos integramos en la comunidad. Yo pienso que en realidad en la comunidad no nos hemos integrado, tal vez depende de que se entienda por integrarse. Todos nos conocen y nosotros solo conocemos a algunos. Pero sí hemos vivido bastante tiempo aquí, siempre seremos “los españoles. Aunque viviéramos por cien años en la aldea, seiempre seríamos “los españoles”. Pero pronto nos vamos a ir, y de seguro se va hablar de esos españoles durante mucho tiempo, hasta que improvablemente llegue algun otro “gringo” a vivir allí.
Muchos no saben dónde está España, “la madre patria” (uf, qué horror). “¿Vinieron en carro o en avión?” “No, niño, en carro no se puede ir a España...”

Pero mira, si tengo que decirte qué fué lo que más nos ayudó a integrarnos en la comunidad, claro, fueron las conversaciones de las tardes, pero si quieres que te diga la mera verdad, las que más nos ayudaron fueron cuando el Mundial de futbol. A nosotros no nos gusta el futbol, pero siempre agradeceré a Pau que se esforzó estudiando la prensa deportiva, y se aprendió alineaciones, los nombres de los jugadores y los resultados de los partidos, y así entabló amistad con muchos hombres de la aldea, y se ganó su confianza y sus bromas.

Pasa el tiempo, pasan las horas, y todas estas horas las pasas con ellos, con los niños, con las pinturas y las canciones, con los mayores tomando café, con los jóvenes bañando en el río, viviendo entre ellos, bebiendo el agua del mismo río, mojándote con la lluvia del mismo cielo, y caminando caminando ya ha pasado casi un año. Yo pasé de la observación perpleja de los primeros días semanas, a muy lentamente empezar a asimilar cosas, a comprender, a vivir más consciente gracias a lo que nos contaban mujeres y hombres. Escuchar sus relatos. De la convivencia sale todo, lo bueno y lo malo. Del conocer igual, porque uno tiene la oprtunidad de elejir. Yo sé que hay cosas que no me gustan y no podré acostumbrarme nunca, también ellos seguramente no entenderán muchas cosas de mí. Igual es injusta la situación. Pero cuando estás aquí te mojas, con la lluvia, con el río y con la vida en su comunidad.



* la primera taza nos la tomamos solos después de comer, la segunda nos sentamos en el corredor con Alejandro, en la tercera Chepita también se quedó, con los niños, en la cuarta nos recibieron con una gran sonrisa al llegar, en la quinta nos contaron sus historias, en la sexta sus penas y alegrias, en la séptima perdimos la cuenta, después fuimos conociendo al resto de la família, nos hicimos regalos, nos ayudamos, nos preguntaron que dónde habíamos andado tantos días, que si nos habíamos olvidado de ellos, que nos extrañaban, y un día nos dijo Alejandro así como si nada, que al principio desconfiaban pero que habían aprendido que eramos buenos y ahora nos apreciaba tanto...

El título quiere hacer honor al libro sobre el precioso trabajo de Greg Mortenson en Asia Central “Tres Tazas de Té”, que leímos durante este año con avidez y admiración. (título original: Three Cups of Tea: One Man’s Mission to Promote Peace…One School At A Time www.gregmortenson.com)

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